
Pide que el camino sea largo.
Que muchas sean las mañanas de verano
en que llegues -¡con qué placer y alegría!-
a puertos nunca vistos antes.
Kavafis, Ítaca.
Soy de los que piensan que se necesitan cambios en el sector del Arte Contemporáneo, comercialmente hablando, y muy concretamente referido a la actividad galerística. Y puesto que es un sector con un clarísimo componente cultural, es menester llegar a la mayor cantidad de gente, y hacer partícipes de él a la mayor cantidad de gente, y muy especialmente a la gente joven.
Por eso, lo mejor sería, entre otras cosas, hablar en un lenguaje mucho más claro y comprensible que como se hace la mayoría de las ocasiones.
No se preocupen al respecto, porque no va a ser el caso.
Este año 2019 se cumple el XX aniversario de la creación de la galería Icaria, un espacio que sin duda supuso un revulsivo -en parte, lo que pretendía- en el sector. Y me parece una efemérides idónea para soltarme un poco después de tantos años de silencio (quince concretamente). Después de todo, cada cual cuenta la historia a su manera y en su derecho está el dar su versión de las cosas. Esta es, en buena parte, la mía, como propietario y director de la misma.
Durante algunos años estuve dudando sobre la posibilidad de fundar un espacio, lo más alternativo e innovador posible, para el arte. Siempre fui un aficionado, en especial a la pintura, que nunca dejé de practicar aunque torpemente. Contribuyó una caja de óleos que con mucho acierto me regalara mi madre cuando era chico (al menos me valdría para amar la pintura); el contacto con las primeras obras del artista Javier Buzón, por cosas de la vida, en su casa -años más tarde se prestó amabilísimamente a exponer en la mía-; un premio de pintura cuando solo contaba 14 años, del Ayuntamiento de Lebrija…(una obrita en papel, tinta china y una especie de remedo de sombras chinescas a cambio de la cual me dieron una copa, como a un futbolista!, qué emoción y que ánimo para seguir soñando… Cosas que aunque parecen no tener importancia, definen una personalidad y una sensibilidad cuando eres un crío.
Tuve también la suerte, después, de tropezar con un joven profesor en bachillerato muy aficionado al dibujo (aunque no era su materia, sino la literatura inglesa), y muy entendido. La obra de Beardsley, bien conocida por él , era por aquel entonces, por ejemplo, muy seguramente desconocida para la gran mayoría de españolitos de la época , inclusive muchos aficionados y por supuesto para mi . España había estado de espaldas a la modernidad (incluso a la del s.XIX!) durante décadas, en que solo unos cuantos disfrutaban de los nuevos lenguajes plásticos y de rarezas que en otras partes del mundo no lo eran. Cosa bien distinta a nuestros días, en que toda información -o casi toda, porque no hay que olvidar que la información todavía sigue siendo poder- está a nuestro alcance. Sin embargo, esa obra (concretamente la exquisita Salomé para Oscar Wilde, cuyo grueso había sido censurado por la dictadura) me valió poder subsistir durante algún tiempo, como hacen muchos jóvenes que quieren independizarse, gracias a las numerosas reproducciones en espejo que realicé minuciosamente a mano alzada, trabajando sobre el azogue, y que resultaba que pagaban bastante dignamente por su vistosidad y quizás también por su irreverencia e iconoclastia. Eso sí, me dejaba los dedos con el buril y el agua fuerte.
Aún guardo el trabajo que en la asignatura de Filosofía, en bachillerato, presenté sobre “Ética y Estética. Filosofía del Arte” -el papel ya está muy amarillo y quebradizo…-que me valió un sobresaliente y un libro lleno de garabatos y anotaciones de Jacobo Cortines (propiedad, que no autoría), de regalo. Esos eran, en buena parte, mis intereses y mis premios. Que no sé si esto contribuye a que se hagan una idea del “Porqué”, pero bueno. El caso es que solo por eso, sin más formación específica, y solo alimentado a menudo por mis viajes a otros países en los que solía visitar galerías y museos, vine a crear una galería, pero sin desear ser galerista ni curador (aunque de esto último recibí cierta formación en un curso con Margarita Aizpuru). Digamos que algo absolutamente atípico en el sector hasta entonces. Esto les hará concluir, mejor, que no es un Juan Manuel Bonet quien les habla precisamente, ya me entienden.
Cae en mis manos el libro “Icaria, Icaria” de Xabier Benguerell, que junto con otras lecturas , impacta decisivamente en mi ideario socio-político que ya, intrínsecamente, había de alguna manera venido desarrollando. De la obra de Benguerell me sorprende (aquel pseudoaperturismo…) por la temática basada en la creación de una sociedad más justa, que fuera premiada con el Planeta antes de morir el dictador.
Tuve la suerte de conocer (por accidente o casualidad en ambos casos, obviamente) al escultor Pablo Serrano y al gran César Manrique. Ambos, en lo poco que hablaron conmigo, me transmitieron enseguida su entusiasmo por lo que hacían, lo que no hizo más que aumentar mis ansias de participar de alguna manera de esa emoción. Y ambos me dieron consejo. Y ambos compartían inquietudes y también preocupaciones ante la barbarie y especulación urbanísticas. Y muy concretamente se refirieron ambos a Sevilla por su, en aquel entonces, replanteamiento de El Prado de San Sebastián. Ambos tuvieron que ver, con sus nombres y sus firmas, con que ese lugar hoy día sea un parque más de la ciudad. Eran nuevos tiempos, de activismo social y de “revolución cultural” tras la dictadura. Yo tenía apenas 20 años.
Y en esto, nos vimos inmersos en una vorágine de creatividad, de postmodernidad, de pop del bueno, de un MADRIZ y su movida que lo eclipsaba y fagocitaba todo. De Sevilla, lo más sonado era Triana, el grupo. Los extranjeros empezaron a saber quiénes eran, y también a escuchar a Camarón. La fusión de la raigambre cultural -en especial el flamenco- y el rock dieron como resultado algo que llamaba poderosamente la atención y que provenía del Sur. Esta cóctel, como otros posibles, ya lo apuntó Harald Szeeman (comisario de la I Bienal de arte contemporáneo de Sevilla) como referencia para intentar crear productos perfectamente exportables desde Andalucía. Una idea y modelo a seguir, y que trabajan especialmente algunos artistas de aquí.
Y Sevilla (muy de espaldas a Sevilla, porque Sevilla es como es) empezó a dar lo mejor de sí, de su ingenio y creatividad, y se empezó a olvidar del tenebrismo (abstracto o figurativo, da igual) que se había impuesto en la pintura durante décadas, con el Grupo El Paso a la cabeza. Los colores eran patrimonio icónico casi exclusivo del pop del grupo Crónica, que era lo que estudiábamos. Salvo lo más reproducido políticamente hablando, ni siquiera se disfrutó de aquél Picasso que parecía más francés que español -como el último Goya- pero que al menos aparecía en los libros de texto de la época del último intento de pseudoaperturismo de la dictadura.
Eso sí, existió milagrosamente un Zóbel -con estrecha relación con Sevilla, por cierto- que supo congregar a lo más granado de la creación hispana del siglo XX para disfrute de un “selectísimo” grupo de aficionados que visitaban los museos creados a instancias de él. La semilla estaba plantada.
Por cierto, que un día Don Miguel (así le llamábamos a Pérez-Aguilera) se refirió conversando a su relación con la “Joven Escuela Madrileña” y con miembros de El Paso, a lo que le repliqué que afortunadamente no continuó en Madrid porque de haber sido así nos habríamos perdido su alegría del color en su etapa abstracta, un tesoro que a pesar de su valor permanece aún inédito para los aficionados extranjeros -y hasta españoles-.
El valor del color, la alegría de vivir matissiana -debió impregnarse de ello Pérez-Aguilera en su visita en París a Matisse-, el lenguaje de la pintura, el universo infinito que esconde. Por eso la pintura se reinventa y sigue estando vigente. Por eso, veinte años después, ha dado lugar a nuevas generaciones de espléndidos artistas que reivindican el valor de la pintura, dispuestos a tomar, cualquiera de ellos, el relevo a los Barcelós-SúperStars.
Se inventó aquí La Máquina Española (cosa de, entre otros, el amigo Pedro Simón, que ha apoyado mucho a artistas jóvenes) y Figura, y el color y la más rabiosa modernidad más pujante eran sevillanas, de la mano de Luis Gordillo, una criatura excepcional que también debió buena parte de su formación a D.Miguel. Y una mujer se convirtió en icono de la modernidad, Juana de Aizpuru, Entre unos y otros, los galeristas y los políticos de la democracia (entiéndase PSOE, principalmente, aunque no son tan raras las excepciones de líos de esos a en los que se emplea la palabra supuestamente-una de ellas, muy sonada, Gerardo Delgado/J.M.Aznar; otra, la propia gestión del IVAM por el PP, aunque hay tantos otros… -por qué he dicho excepciones?-) se fraguó un pacto, nunca escrito, de colaboración y apoyo mutuos que ha llevado a ambas partes a celebrarlo hasta nuestros días. Y lo que queda.
Por eso “Sevilla se trasladó a Madrid”, y se fundó ARCO, un invento sobre todo sevillano, donde las instituciones y fundaciones de tal o cual adscripción hacen sus compras habitualmente, así como, obviamente, las principales compañías del país. Buen marketing.
Era una idea la de la galería, no obstante, que venía y se desvanecía frecuentemente. Pero que carecería de sentido realmente si no iba a poder acceder a la que consideraba la única feria a la que no podía faltar un galerista que se precie, ARCO. Y ese sería uno de los objetivos principales. Y es que yo a Sevilla la consideraba un “páramo” -más aún cuando la comparaba con otras muchas ciudades europeas- al respecto del mercado de arte contemporáneo si hacemos excepción de aquellos que tienen fuertes lazos establecidos con las instituciones (sin eso, difícil subsistir). Porque el coleccionismo da para lo que da. Y además, compra casi a ciegas a quienes compran de toda la vida. Es como un “abono”. Lo que tiene también, como casi todo, su parte positiva.
Aun con reticencias de última hora, fue finalmente en verano de 1999 cuando, con los medios necesarios y un equipo humano con el que pocas galerías contaban en aquél momento (al menos en Andalucía), se materializó. Se inauguró ese año como un conjunto expositivo de dos salas (dos lofts unidos) que sumaban más de 150 m2, almacén de 70 m2 y zona administrativa de 60 m2. Esta configuración permitía tanto grandes exposiciones como exposiciones simultáneas en ambas salas. Una de ellas estaba especialmente dedicada a artistas noveles (capítulo este, el emergente, que vendría a tener una importancia vital en la galería) que procedían principalmente de las comarcas Los Alcores, La Campiña y La Vega sevillanas, así como de la propia ciudad. El fomento de “la cantera” (también como en el fútbol) fue en todo momento cometido que formaba parte del proyecto inicial. Algo también ciertamente raro entre los galeristas consolidados, cuyas agendas hacen que entre las exposiciones que programan no quepan normalmente nuevos valores.
El proyecto, económicamente hablando -la inversión en cuanto a retorno y resultados-, debía ser a largo plazo. Pero apuntaba alto, como aquella aventura legendaria de Ícaro. El nombre de Icaria está unido a esos propósitos, y quizás también contiene -por el escepticismo que guardaba no obstante respecto a la oligarquía que, sabía, iba a molestar- una visión un tanto utópica alimentada de recelos. Me había marcado, eso sí, determinadas metas a medio plazo.
Aquello no lo entendía nadie. Los galeristas se acercaban por allí para ver qué era. Todos querían saber si yo tenía “pedigrí”…Me hacían preguntas, incluso muy personales, con el mayor desparpajo, desconfiados, inquietos, observadores.
Incluso hubo algunos artistas que me espetaron sin reparo alguno sugiriendo que era un oportunista, un snob, o alguien en busca de notoriedad,…Lo llevé lo mejor que pude, consciente de que no se puede gustar a todo el mundo y también consciente -ahí se derrumba toda utopía-, de los defectos de la condición humana.
A la vuelta de estos 20 años que han transcurrido, comprendo qué es una Ítaca.